Cuando hablamos de emociones nos referimos a las raíces que nos anclan sentimentalmente a los lugares. Sean físicos o imaginarios, contemplar una fotografía despierta el abanico de sentimientos que llevamos dentro.
A veces, no surge la incertidumbre sobrelo que pudo ser y no lo fue. Si el balón entro o no en la canasta. Si la jugada acabo en tapón en simple falta.
Lo peor de los recuerdos es gestionar las emociones que no se pueden depositar en cajas ni conservar en un garaje hasta que se puedan volver a utilizar.
En este tránsito emocional puedes quedarte obnubilado por un auténtico malabarista. Sus manos se desplazan al ritmo de las pelotas de tenis que intercambia con cierta maestría por sus manos.
También puedes sonreír por una pirueta inverosímil que firmaría una gimnasta de renombre internacional.
E incluso congelar el tiempo. Detener el chapuzón de este bañista por unos segundos antes de sumergirse en la playa fluvial del municipio.
Con el paso del tiempo, las imágenes se convierten en recuerdos de nuestra infancia y juventud. Nos retroceden a tiempos pretéritos. Completan nuestro album de experiencias poniendo de relieve la máxima:
"No vivas en el pasado, no sueñes con el futuro, vive en el presente".
Lo que nos hace trasladarnos a nuestro campus. Agarrar con una mano el balón hundirlo en el aro a modo de mate. Uno de los momentos más sublimes de todo jugador y que despierta emociones inenarrables.
Por otra parte, hoy era el día señalado para realizar las fotografías de todos los grupos de nuestro campus y la unificada de jugadores y monitores. Justo, cuando se celebra el día mundial de la fotografía. No hay mejor fecha para ello.
En definitiva, con el transcurso de nuestras sensaciones no sólo se pierden objetos por el camino. Algunas personas se quedan escondidas en el fondo de un cajón de la mesita, al lado de esa pila gastada y una moneda que nos posibilitó el viaje de vuelta. Todo depende con la óptica que se mire . Buenas noches y reflexivos sueños.